Hay historias que merecen ser contadas. Llevo siempre conmigo una recopilación
de ellas, y cada una merece ser contada por ser extraordinaria. Todas y cada
una de las historias me recuerdan que el ser humano es lo único capaz de salvar
al propio ser humano. Se me encomendó la tarea de escribir acerca de un día en
concreto. Aquí está. Una de las historias guardadas.
La verdadera historia se remonta a mucho antes de aquel día, pero por
alguna razón (llámalo destino si lo deseas) los caminos de unos chavales se
cruzaron con la necesidad de unos hombres. Aquella mañana de viernes amaneció la
ciudad de Madrid entre nubes dispersas que pronto dejaron entrever la escasa
luz del sol. La mañana del ultimo día lectivo del 2013, jóvenes de la eso y
bachillerato llenábamos dos autocares, nos dirigíamos cada uno a lugares
diversos, pero no eran nuestras casas, eran lugares de ayuda social. En la
primera parada nos bajamos un grupo de quince integrantes; los cuales, a
temperaturas inferiores a cero, comenzamos nuestra labor social.
El sitio me resultaba familiar, pues yo iba de niña a esa misma iglesia al
cambio de etapa de JMV (Juventudes Marianas Vicencianas). Una alegre mujer del
lugar nos introdujo en las tareas que realizaban al día decenas de voluntarios
y nos separó en grupos que rotaríamos por las distintas instalaciones del
centro de día que nos asignaron. Al dividirnos no sé lo que hicieron los demás,
pero puedo contar mi propia experiencia.
Mi primera tarea consistió en algo que es imprescindible para el buen
funcionamiento del centro, así que nos pusimos ansiosas a la tarea. Clasificar
los alimentos. Nos llevaron a un lugar donde había cientos de cajas con el
nombre de “operación kilo” o “legumbres” en sus laterales. Nuestra labor consistía
en abrirlas y recolocar todo por clases, ya fuesen garbanzos grandes o pequeños
(de cuya existencia yo ni sabia hasta ese día), alubias blancas, lentejas, macarrones,
comida de desayunos y una infinidad de alimentos empaquetados y guardados en
aquel lugar. Pasaron al menos dos horas hasta que vinieron los del siguiente
turno a reemplazarnos, mas ya teníamos un dolor en los riñones de agacharnos a
coger y recolocar la comida. Cuando llegó el grupo siguiente ya habíamos despejado
el almacén y pronto esa comida pasaría a otro lugar. Todo a su debido tiempo,
ya llegaremos. Nuestro pequeño grupo de cuatro se fragmentó y mientras unas atendían
a la gente, las servían y ayudaban en lo que podían; las otras nos dirigimos a
otro almacén; este refrigerado. Imagínenselo, con batas y redecillas en el pelo
nos reunimos con una mujer aun más encantadora que la primera. No recuerdo su
nombre, pero era una anciana que pudiera decirse que estaba en mejor forma que
nosotras. Nuestro nuevo trabajo consistía en clasificar surtidos navideños en
diferentes estanterías. Se acercaba la navidad y todos tenemos derecho a un polvorón
o un trozo de turrón que llevarnos a la boca. La agradable y encantadora
anciana nos permitió incluso poner música para hacer nuestro tiempo allí más llevadero,
pues recuerdo que serían las doce del mediodía y pudiendo estar ya de
vacaciones, nos hallábamos allí, entre mazapanes y rosquillas. Cuando acabamos allí,
no queríamos despedirnos de la gente, y les prometimos volver en la siguiente excursión.
Pasamos al siguiente escuadrón de batalla, el más duro de la mañana. Apilar las
cajas que mencione en mi primera tarea. ¿Las recuerdan? Parecerá una tontería,
pero llevar al hombro cajas de 20 kilos o más, teniendo dolor de riñones y las
manos congeladas, no es tan fácil. Os animo a intentarlo. Después de eso, una
visita guiada, una larga charla y miles de preguntas con el responsable del centro, nos
reunimos otra vez los quince.
La agradable señora de la introducción también fue la que nos dijo adiós. No
sin antes preguntarnos por la experiencia. Hubo respuestas variadas, pero yo me
quedo con una palabra.
GRATIFICANTE.
Escribes muy bien, pero que muy bien. Animooo!!!
ResponderEliminarMe a gustado bastante