sábado, 9 de abril de 2016

Olvídate del príncipe azul.

Te hubiese dado todo de haber tenido más que este huracán. Te hubiese dado todo de haber sabido que querías más que unas noches. Te hubiese dado todo de haberte vivido un poco más. Recuerdo que también era viernes, estaba aburrida, y me pregunté por qué no me habías llamado para tomar algo. A veces queriendo a alguien sólo te declaras una guerra a ti mismo. Y yo pensaba que no estaba para más batallas.
Mi única intención era vivirte un viernes por la noche de fiesta, que me sacases a la calle, que nos lloviese en otras ciudades, que me regalases un domingo de resaca, o un lunes de mierda. Que cogiésemos trenes a ninguna parte o que me llevases a las montañas más altas; aunque fuese sólo para ver un atardecer y demostrarme que siempre se puede querer una batalla más, que a veces merece la pena.  Pero parece que las conversaciones se convirtieron en soliloquios, los argumentos en excusas y las inseguridades en una forma de pensar.
Parece que si cerramos los ojos, desaparecen los problemas. Que si miramos hacia otra parte y no los vemos, no existen. Pero en el fondo sólo un cobarde aparta la mirada.
Pero también parece que nos equivocamos, que ni aun odiando caer somos capaces de evitar la misma piedra del camino. Y caemos; caen; caigo(?). Y llega un día en el que ya no estamos ahí a las tres de la mañana para hablar de nada importante, pero que ese ‘nada importante’ llena mundos; llenaba el mío. Nos damos cuenta de que ya no volveremos a tener quince años para olvidarnos de las responsabilidades y los sueños recién incumplidos. Nos damos cuenta de que las cosas puede que no sean armoniosas, pero son perfectas. Perfectas hasta el punto en el que despertamos, dos días después, y todo lo que esperábamos nos damos cuenta que no era más que otro estúpido lio de las emociones y  los sentimientos primaverales. O no… O sí…

Tal vez nos ahogamos en vasos de agua vacíos, mientras estamos llenos de sed y de ganas. Tal vez creí que tras cada copa (de tantas que necesito), va a venir alguien a rellenarla y sólo estoy yo. Porque, en el fondo es cierto lo que dijo Cortázar, “tú no eliges la lluvia que te va a calar hasta los huesos cuando sales de un concierto”.